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Defendió Malvinas en el glorioso BIM 5, y hoy sobrevive cobrando estacionamiento medido

Luis Frávega combatió en la primera línea del Batallón de Infantería Marina 5, la unidad de Río Grande que fue la última en deponer las armas, el 14 de junio de 1983. Desde hace más de 20 años cobra estacionamiento medido en las calles de Gualeguaychú.

Tiene 55 años y tres hijos a cargo. Hace años (sobre) vive gracias a una pensión, que tardó años en llegar, y de lo poco que percibe por cobrar estacionamiento medido en las calles de la Gualeguaychú (Entre Ríos).

“Hay lugares donde se hace una buena moneda, en otros se recauda menos, muchísimo menos los días de lluvia”, contó Luís Frávega, veteranos de la Guerra de Malvinas en diálogo con el diario entrerriano ElDía. Mientras, iba y venía haciendo lo que hace todas las mañanas: cobrar estacionamiento.

A pesar del paso de los años, mantiene frescos los recuerdos del conflicto bélico que dejó 649 muertos en acción y una cifra mucho mayor en la posguerra.

“Estábamos vestidos de civil en las instalaciones del Batallón de Infantería de Marina 5 en Río Grande, listos para regresar a nuestros hogares, después de cumplir el servicio militar obligatorio. Pero comenzaron a sonar las sirenas de alarma y nos metieron a todos dentro de las cuadras y nos dieron la ropa militar nuevamente”, relató.

“Nadie entendía nada. Menos cuando nos subieron a un Hércules –avión de transporte pesado– sentados espalda contra espalda, prendidos de una soga. Aterrizamos en Puerto Argentino, pero, en aquel entonces, no sabíamos que se trataba de las Islas Malvinas”, agregó.

“En ese momento el Capitán de Fragata Carlos Robacio nos dijo que estábamos en guerra con Gran Bretaña”, recordó Frávega. Y aseguró que si bien “no sintió nada especial”, cuando, el 1º de mayo de 1982, la flota naval y las aeronaves inglesas comenzaron a bombardearlos “nos dimos cuenta que no era un juego”.

“Pensábamos que los combates se iban a librar en el mar, pero todo el fuego británico se concentró en las posiciones argentinas en el continente”, recordó.

Su batallón estuvo 74 días en las islas, de los cuales “44 recibimos fuego en forma permanente, sin poder defendernos, y sólo los últimos cuatro pudimos hacerlo”, destacó el excombatiente que se desempeñó como “fusilero”.

Tenía un fusil automático pesado (FAP), con el que abrió fuego en reiteradas oportunidades, ante un enemigo los superaba en número y en armamento. Pero, a pesar de la crudeza de la guerra y de los años que pasaron, Frávega prefirió no hablar sobre la posibilidad de haber impactado con munición calibre 7.62 mm en soldados de las fuerzas invasoras.

Asimismo, aseguró que el instinto de supervivencia y “unas pastillitas que nos daban” fueron más fuertes que el temor. “Sabíamos que eran ellos o nosotros, así que disparamos hasta agotar municiones en la compañía Nacar”, una fracción de combate del Batallón de Infantería Marina 5.

En la madrugada del 14 de junio, el ahora cobrador de estacionamiento luchó contra las tropas inglesas durante el combate final, en Tumbledown, un monte de 228 metros de altura que dominaba la última línea defensiva de las tropas nacionales alrededor de Puerto Argentino, sufriendo tan sólo 16 bajas. Cuando llegó la orden de rendirse, el batallón que integró ingresó a Puerto Argentino con todas sus armas al hombro. Su jefe, el Capitán de Fragata Carlos Robacio, formó parte de todo el proceso de rendición.

“Fue un señor. Peleo en el frente como uno más, nunca se escondió y tuvo palabras de aliento para sus soldados”, destacó Frávega.

Una vez en Gualeguaychú, junto con otros ex combatientes, fue contratado por la Municipalidad durante seis meses, con la promesa que “nos iban a tomar en forma definitiva”. Pero “solo dos compañeros quedaron efectivos”, lamentó.

“Hace más de veinte años que cobro estacionamiento, inclusive antes que me llegara la pensión nacional y luego la provincial. Fue por intermedio de Desarrollo Social que conseguí este laburo, que nos ayuda en el día a día”, relató, al tiempo que recordó que antes de la guerra trabajaba en distintos oficios para ganarse la vida, ya que proviene de una familia humilde: se desempeñó como panadero y en la zona rural de El Potrero.

Con lo que percibe de pensión paga el alquiler de la casa donde vive y mantiene a tres nietos pequeños. A su vez, colabora con sus hijos, que “hoy por hoy no tienen trabajo”. Y, más allá de lo económico, dijo no sentirse reconocido como veterano de guerra.

“Nos llaman cuando nos necesitan para algún acto o algún desfile por el 2 de Abril. Pero más allá de eso, nada”, lamentó.

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