La banda británica arrancó a las 9 de la noche y eligió un setlist compuesto por 19 canciones donde no faltaron hits; crónica y fotos
«Olé olé olé olé, Stones Stones». El grito de cancha que los sorprendió en su primera visita en 1995 y ahora resuena en esta multitud que llena el Estadio Único de La Plata se transformó en el leit motiv de la América Latina Olé Tour.El primer concierto en la Argentina de los Rolling Stones tiene la alegría y la celebración del reencuentro luego de diez años de espera, pero también tiene el sabor y la sensación de la última vez de poder escucharlos acá en el fin del mundo. Quizá por eso este concierto tenga la explosión epidémica de esa sensación de lo irrepetible, de lo que no volverá a suceder. Por eso toda la previa de su llegada se vivió tan intensamente. Por eso los seguidores más fervorosos llegaron ansiosos un día antes para vivir la experiencia completa del viaje Stone y compartirla con otros. Por eso, aunque ya sepan de memoria la lista de temas donde repasan su historia de varias décadas y sus grandes himnos impresos en la memoria como si fueran tatuajes en el cuerpo, la gente se vuelve a sorprender, emocionar, y excitar como la primera vez que escucharon a Jagger , Richards y compañía.
Temprano, pasadas las seis de la tarde, La Beriso cumplía con su sueño. De estar abajo como público en los conciertos anteriores de los Stones en Buenos Aires a estar pisando el mismo escenario. Mientras la gente matizaba la espera con los cánticos «Vamos los Stones», en las pantallas aparecían las canciones candidatas para que el público elija. Entre «Doom & Gloom», «Let it Bleed», «Live wiht me» y «Street Fighting Man», que saldría como favorita del público stone para este primer concierto de tres en la Argentina.
El clima empezó a calentarse cuando subieron Ciro y los Persas y una bandera de Los Piojos atravesó el mar de gente para llegar hasta el escenario. «Qué placer verte otra vez…» sonaba como el guiño perfecto para la llegada de los Stones y para que todo el estadio empezara a calentar sus gargantas. Es la segunda vez que Andrés Ciro Martínez forma parte de un show Stone. La anterior fue con Los Piojos, por eso decidió incluir en su repertorio una de aquella época, «Ruleta», que canta todo el estadio, tomando prestado parte del fervor por la banda británica que se sentía en el aire y que remató con el primer himno piojoso, «Tan solo». Despúes Ciro anunciaría: «Queremos regalarle a los Stones un booggie hecho por argentinos, en la versión de Moris, ´Zapatos de gamuza azul´, demostrando cómo se curtió la Argentina de rocanrol desde sus inicios».
Desde temprano se había ocupado el estadio: las puertas se abrieron a las 16. Cuando Ciro subió al escenario, a las 19.30 ya no quedaba casi nadie por entrar. Charly García, en el VIP, se acomodaba para ver a la banda del ex cantante de Los Piojos. Mientras tanto, afuera del estadio un grupo de personas sin entrada pugnaba por ingresar a la fuerza. El cierre del impecable set de Ciro y los Persas tuvo una semejanza con lo que iba a venir: una elección entre dos temas para que el público votara cuál debía ser. «Pacífico» o «Como Alí», ambas de su ex banda. Y la victoria fue para la última, la canción dedicada al ex boxeador norteamericano Muhammad Alí.
«Start me up» fue el comienzo perfecto para la celebración y encendido de la maquinaria del rocanrol. A lo que siguió un riff eléctrico de «It´s Only Rock and Roll (But I Like it)» donde Richards pasó al frente y se ganó la ovación de la gente. «Tumbling Dice», esa mezcla de rock con los caños del soul, reveló la capacidad de los británicos para enamorar con esa cadencia entre el baile y swing ritmico de la cancion que la gente siguió con aplausos. Un buen momento, también, para que se luciera con su solo el guitarrista Roonie Wood, que tuvo una noche particularmente inspirada.
De a poco Jagger, que a lo largo de la noche fue para adelante y para atrás incansablemente por la pasarela del medio y que lo acercaba a la gente en el campo, se empezó a despojar del saco verde. «Qué bueno estar de nuevo en la Argentina», dijo en su español inglés. Y entonó «Out of Control». Los acordes del bajo de Darryl Jones ayudaron a que la gente siguiera la melodía como si fuera un coro de cancha y Jagger demostró su vena blusera con la armónica.
Este no fue un concierto más para ellos y, a pesar de tantos años en la ruta, disfrutaron del escenario. Se percibió en los gestos y movimientos. «Wild Horses» fue una demostración de eso. Luego apretaron el acelerador con una canción densa como «Paint it Black», con un punteo inicial capaz de poner la piel de gallina y un golpe del bombo y redoblante que calienta la sangre. Ese fue uno de los momentos más intensos del show. Uno se puede imaginar los planos secuencia de Apocalipsis Now con los helicópteros tirando bombas de napalm sobre Vietnam en ese redoble casi militar.
Cuando la canción terminó el público se quedó varios minutos coreando la melodía mientras Jagger agitaba sus manos sin decir nada, como si fuera un director de orquestai. Su coequiper Keith Richards fue el único capaz de absorber también todas las miradas. Se llevó una de las ovaciones de la noche cuando Jagger lo nombró después de la afiebrada versión de «Honky Tonk Woman», con todo el público saltando, levantando los brazos en el estribillo y dejando la garganta, como si fuera el último concierto de sus vidas. «Olé olé olé olé Richards Richards», retumbaba en el estadio y el guitarrista se postraba a los pies del público argentino en señal de pleitesía.
Después de dos canciones para que se luzca Richards, el portador del alma stone, la banda se pone más blusera que nunca con «Midnigth Rumbler», en la que despertaron su costado más negro -ese que aprendieron con Muddy Waters- y donde zaparon largamente, con improvisaciones de guitarra y armónica. Lo que siguió fue un doblete de canciones que hizo que la gente se saque sus remeras y empiece a revolearlas sobre sus cabezas: «Miss you» y «Gimme shelter».
Los solos de Richards y Roonie, la pared de sonido que conforman el bajista Darryl Jones y el maestro Charlie Watts y el baile inagotable de Jagger responden a un fenómeno inusual de longevidad eterna en el rocanrol. Porque son todo lo contrario a rockeros multimillonarios y aburguesados. Cuando tocan parecen que lo hicieran con el fervor crudo de los sesenta. Asi pasa cuando tocan «Anybody Seen my Baby» una de las novedades del setlist o saltan a himnos sagrados como «Brown sugar», «Symphaty for the devil», (donde todo se pone caluroso y rojo como en el infierno con un Jagger de capa roja ) y vuelven a pegar otro subidón deTodos suea energía con «Jumping jack flash». El rock es su fuerte eterna de juventud. Por eso, a pesar que ya se acerca el final, Jagger en los bises le pide más al público aregandolo con gestos. Atrás la banda responde con una velocidad y una energía, como si recién estuviera calentando motores, para la despedida con «You Can’t Always Get What You Want», donde recrean el ambiente folk a lo Dylan y «(I Can’t Get No) Satisfaction», que sigue despertando asombro. Hay que verlo a Keith Richards volver a encarar el punteo de esa canción que habrá pasado miles de veces por sus dedos como si fuera la primera vez, como si la estuviera estrenando para sus amigos. Luce fresco, espontáneo, feliz de tocar el tema y disfruta como todo el estadio corea la canción. Quizás por esa combinación exacta que cultivaron en este largo camino musical de pasar de aprendices a maestros y de mostrarse como si estuvieran empezando el camino del nuevo es que generan esa fascinación. Al final, los cuatro abrazados en ese gigantesco escenario, parecen robles, parecen jóvenes. Y revelan el corazón, el motor, de esa maquinaria de rocanrol llamada Rolling Stones, que segundos antes estaba a todo vapor y estallaba en fuegos de artificios, luces y otros trucos para agregarle espectacularidad, al cierre de la primera noche. Al final, la sensación era de admiracióm y asombro. Todos quisieran llegar a edad rockeando bailando, tocando, cantando como ellos esas canciones. Pasandola bien, haciendo música. Rodando.