Todos buscaban calor. Eran las 12.15 y el hall del hotel Alvear ya era plenamente dominado por empresarios y políticos. Dos indicios confirmaban la asistencia récord y las elevadas expectativas: los organizadores debieron habilitar un ala extra para sumar mesas y, sobrepasados, los mozos se retorcían para intentar distribuir las entradas en el cóctel.
Mientras un nuevo tejido social se gestaba, el principal invitado, Daniel Scioli hacía tiempo en la habitación 603. «Yo no lo voy a votar, pero creo que va a ganar», justificó su presencia un pragmático industrial lácteo. Un filoso periodista lo reinterpretó, pero ya en el plano político: «Acá está el poder», secreteó Jorge Asís. «¿Hay que creerle a Daniel Scioli, a Mario Blejer o a su hermano?», preguntó al empresario José Urtubey. «El desarrollo sustentable de la industria necesita de un acuerdo con los holdouts», tradujo el dirigente de la UIA las declaraciones de su hermano y gobernador salteño que tanto inflamaron al kirchnerismo.
Signos de una ruptura en el relato oficial y de una nueva batalla cultural que asoma, los nombres de Juan Domingo Perón y Carlos Menem eran nuevamente entronizados en anécdotas. «Yo tengo mucha fe», respondió mimetizado con su jefe Gustavo Marangoni, presidente del Banco Provincia, al analizar el futuro. Aludiendo a una histórica anécdota peronista, el asesor sciolista citó a «el General» para reafirmar que tanto Scioli como Blejer y Urtubey «tienen razón» en sus dichos sobre las medidas que tomarían en una hipotética gestión naranja. Fue Guillermo Nielsen quien citó al riojano: «Es bueno que no haya un dólar en el Banco Central. Si Menem hubiera tenido US$ 54.000 millones de reservas, habría sido un populista. La calidad de Menem fue que tuvo que hacer política económica en serio porque no tenía divisas».